Integrar ciencia y espiritualidad, el camino del reconocido psiquiatra británico Iain McGilchrist

Integrar ciencia y espiritualidad, el camino del reconocido psiquiatra británico Iain McGilchrist

En un mundo dominado por la racionalidad y la lógica, el médico británico sostiene la importancia de recuperar la dimensión de lo espiritual, lo sagrado y la intuición en nuestras vidas.

El doctor Iain McGilchrist en su estudio (Fuente: channelmcgilchrist.com)

Por Clementina Escalona Ronderos

De chico, Iain McGilchrist, un niño nacido en el seno de una familia atea del Reino Unido, sentía que tenía que haber algo más. Mientras que en el colegio le enseñaban ciencia y matemática, griego, latín y cómo razonar, se preguntaba por esa otra parte de la existencia, la no tangible. Percibía la noción de que había algo importante y profundamente verdadero, aunque no entendía bien qué

A los doce años, uno de sus preceptores en Winchester College le dio una pista acerca de ese mundo silencioso. El preceptor —que medía un metro noventa, llevaba siempre una sonrisa y tenía un gran sentido del humor—, abordaba la vida de manera profunda, mirando las cosas en perspectiva y en conexión con el mundo espiritual. De su mano, Iain se familiarizó con distintos textos sagrados y con la poesía, y empezó a notar que esa voz interna encontraba un espacio de resonancia.

Hoy Iain McGilchrist es un reconocido psiquiatra y autor de varios libros, uno de los más reconocidos titulado The Master and his Emissary: The Divided Brain and the Making of the Western World (El Maestro y su Emisario: El cerebro dividido y la construcción del mundo occidental), y el último, publicado en 2021 por la editorial Perspectiva Press, llamado The Matter with Things (El asunto de las cosas).

En este último, el autor aborda preguntas existenciales desde una mirada integral, que une a la ciencia y la filosofía en lugar de separarlas. Preguntas como: ¿Quiénes somos? ¿Qué es el mundo y el cosmos? ¿Cómo podemos entender la consciencia, la materia, el espacio y el tiempo? ¿Podemos realmente descuidar lo sagrado y lo divino?, son algunos de los interrogantes que se investigan en profundidad. 

McGilchrist desarrolla su teoría sobre las diferencias fundamentales entre el hemisferio izquierdo y el derecho de nuestro cerebro, a la hora de percibir la realidad. En pocas palabras, explica que el izquierdo tiende a percibir cada cosa como un algo aislado, completo en sí mismo y no cambiante —lo que convierte al mundo en un conjunto de cosas reconocibles y manipulables—. El derecho, por el contrario, percibe la unidad, el cambio continuo y la interrelación existente entre todas las cosas. 

“Es la estructura profunda del cosmos lo que tendemos a malinterpretar”, escribe en las primeras páginas del libro. “El problema es que los mismos mecanismos cerebrales que logran simplificar el mundo para someterlo a nuestro control van en contra de una verdadera comprensión del mismo.”

A medida que el mundo occidental moderno se construyó, en las últimas décadas, a partir de una perspectiva más dominada por nuestro hemisferio izquierdo, el autor resalta la urgencia de prestar atención a nuestra intuición, al mundo sensible, al misterio y a todo aquello que no se puede comprobar empíricamente pero que, sin lugar a dudas, existe. El amor, lo sagrado y lo trascendental, al quedar fuera del radar de la ciencia, han perdido un lugar esencial en la existencia humana que necesita, más que nunca, volver a recuperar su valor. 

Foto: The American Conservative

—En una entrevista, definiste lo sagrado como “algo que nos habla de algo que está más allá, que es poderosamente rico, hermoso, bueno y nos impulsa hacia adelante en la vida por su fuerza atractiva.” ¿Podrías explayarte un poco más sobre esto?

—Lo primero que hay que decir, es que “lo sagrado” es famoso por ser imposible de expresar con palabras, y aunque no creo pueda definirse con una frase, habla de un campo de valores que están más allá de lo simplemente utilitario y cotidiano. Es algo mayor que nosotros, que existe antes de nosotros y continuará después de nosotros, y que exige una especie de lealtad. Seguramente las personas que buscan que todo pueda ser comprobable se sientan decepcionados con esta respuesta, pero el hecho de que algo no pueda ser demostrado por la ciencia no significa que no exista. Hay cosas reales con las que la ciencia sencillamente no puede lidiar; están en otro plano de la existencia. 

—Alguna vez dijiste que hay que meterse en el agua para entender lo que es nadar, y que la vida espiritual es un poco así. ¿Qué le dirías a esas personas que quieren conectar más con ese “otro plano de la existencia” pero no saben cómo?

—Pascal, el gran matemático, escribía también sobre espiritualidad, y sugirió que, para empezar, uno puede actuar como si creyera y ver qué pasa. Si no sucede nada, al menos intentaste; pero podrías descubrir que en el proceso de hacer las cosas que hacen las personas que sí creen, empezás a sentir y experimentar algo, y responder a eso. Dado que es imposible excluir que hay un Dios tanto como es imposible comprobarlo, ¿por qué no intentar creer? Nuestra cultura nos dice que todo se puede decidir por la razón y la ciencia y, aunque soy un gran defensor de ambos, es ilógico suponer que pueden darnos la respuesta a todo. A partir de nuestras experiencias y las intuiciones que nacen de ellas, podemos sentir cosas que no pueden ser verificadas. Hemos sido educados en la creencia moderna, occidental, de que el mundo es puramente material, en el sentido de que no tiene nada de consciencia, no tiene propósito, no tiene valor; mucha gente está a la defensiva de la idea de un Dios, y no creo que eso sea bueno. 

—Un mundo moderno que percibe la vida más desde la perspectiva del hemisferio izquierdo de nuestro cerebro…

—Cualquier cosa que no sea el resultado de un silogismo lógico se describe simplemente como una “impresión”. Pero no tenemos que cerrarnos al hecho de que muchas de estas impresiones son muy poderosas y reales. Si tenés una vida que se basa en la música y la poesía, es difícil no ver que tienen gran significado, aunque no podamos declararlo con tantas palabras, ni explicarlo por la ciencia. ¡Y desafío a cualquiera a decir que la música no tiene significado! La música puede ser lo más significativo en la vida de uno, pero no hay manera de que alguien pueda decirte qué significa una gran pieza musical para sí mismo. O la experiencia del amor, que no se puede medir ni reproducir en el laboratorio, pero es real, está en un plano diferente de la experiencia. Mientras que puedo señalar datos de un análisis de sangre, no puedo describir qué significa realmente estar enamorado. 

—En el libro mencionás la necesidad de empezar a soltar algunas suposiciones que tomamos como ciertas para poder evolucionar… ¿a qué suposiciones te referís?

—Tiene que ver con lo que estamos hablando. La ciencia necesariamente parte de principios determinados, como evitar considerar la subjetividad pura. Entonces, no va a tomar en cuenta cosas como la percepción de un valor o un propósito. No hay lugar para esas cosas que conocemos a través de la experiencia, y no por datos duros. Aunque creo que la ciencia empírica es crítica e importante, no puede responder a todas nuestras preguntas; esta es una suposición a soltar. Otra suposición, por ejemplo, es que una cosa y su opuesto no pueden ser verdad. En el libro muestro cómo desde distintas perspectivas —el razonamiento filosófico, la experiencia de poetas y pensadores y desde la física—, una cosa y su opuesto, lo que llamamos una paradoja, pueden ser ciertas. Si descartamos eso, nuestra visión de la vida es muy simplista: bueno o malo, blanco o negro. Pero lo cierto es que muchas veces las cosas son buenas en un contexto y malas en otro, o buenas por un tiempo y luego malas. Por último, uno creería que la adversidad es algo que hay que evitar, y pasamos mucho tiempo intentando vivir vidas más cómodas. Pero sabemos que muchísimas cosas sólo llegan experimentando y atravesando la adversidad. 

Foto: gentileza Iain McGilchrist

—¿Qué pasa entonces, en esta época, con todas esas cosas como los misterios de la vida, la fe y lo no comprobable empíricamente? ¿Las estamos dejando de lado?

—Creo que las estamos perdiendo. Hay otra creencia que deberíamos soltar y es que las cosas estarían mejor si tan solo pudiéramos controlarlas. A medida que ganamos más y más poder, parece que nos volvemos menos y menos sabios. A menudo, no saber y no hacer es más importante que saber y hacer. No me refiero a la ignorancia o la vagancia, sino de permitir un diálogo entre lo que es ajeno a uno mismo y la voluntad propia, en lugar de que nuestra voluntad intente determinar todo. 

—En el libro decís que “el único mundo que podemos llegar a conocer es el que surge en el encuentro interminable entre nosotros y lo-que-sea-que-es.” ¿Sugerís que mantengamos una suerte de diálogo con la naturaleza y el ambiente?

—Si partís de que hay una separación, entonces existe un diálogo entre dos partes. Pero me gustaría ir más allá y pensar que no hay realmente una separación. Somos parte de la naturaleza y del cosmos. Por eso no me gusta la palabra “ambiente”, porque sugiere que es algo que está alrededor nuestro. El mundo natural está en nosotros y nosotros estamos en él. Somos uno con él, pero no en el sentido de que no podamos distinguir nuestra voluntad. Dentro de una unidad es importante hacer distinciones; pero en nuestra manera de pensar actual, tendemos a creer que si hay distinciones, hay una separación, una división. Lo que sea que experimentemos nace de la relación entre la consciencia que hay en mí y lo-que-sea-que-hay allí afuera, que sospecho que también es consciente. El mundo natural, si lo escuchamos, nos está hablando. 

—En tu libro mencionás dos casos de hombres que sufren un accidente cerebrovascular (ACV) que afecta su hemisferio izquierdo. Como consecuencia, uno de ellos registra ver el mundo “con ojos nuevos”, y el otro dice sentir mayor conexión con sus emociones y sensibilidad y menos con su parte más racional y controladora. ¿Se trata solamente de cambios en nuestros cerebros, o pueden ser experiencias de otra índole?

—Nada tiene que ver sola y exclusivamente con el cerebro. Yo sugiero que el cerebro puede emitir, transmitir o permitir la consciencia, pero no es que la genera; creo que la permite. Sabemos que ciertas partes del cerebro son importantes para determinados tipos de experiencias. Pero, críticamente, no sabemos que causan ese tipo de experiencias. El cerebro no es el árbitro de la realidad. Claro que cuando hay un mal funcionamiento, tu experiencia cambia; pero esto no significa que la experiencia se limita al cerebro. 

—Si somos más que solo un cerebro y una personalidad… ¿podemos decir que hay un alma?

—Las palabras mente, corazón, personalidad, son buenas palabras, pero el significado de alma es algo más. Nelson Mandela fue aplaudido por citar un poema escrito por el inglés William Henley, que tiene una línea que dice “Yo soy el capitán de mi alma.” No dice “el capitán de mi mente, mi corazón, mi personalidad, mi pensamiento.” No. Dice: “Soy el capitán de mi alma.” Hay algo que hemos decidido que no existe, pero que en realidad es crucial para nuestra comprensión del ser humano. Si está separado de nosotros o si es eterno, no lo sé. Creo que la vida —humana y de cualquier organismo vivo—, es como un remolino en un arroyo: mientras está ahí en el arroyo, podés verlo, alimentarlo, fotografiarlo. Sin duda es real. Pero, ¿está en el agua, como una piedra está en el agua? No; es el agua, y toma la forma de mi consciencia mientras estoy vivo, y se mueve en la corriente. Lo que sea que está en nosotros no se extingue. Puede tomar una forma diferente, y espero que así sea, porque estar siempre preso en mí sería algo terrible (risas). 

—Antes de terminar, ¿algún mensaje que quieras dejar a los lectores?

—Lo que espero, es poder darle a la gente confianza para creer en las cosas que, en su corazón y por su experiencia, sienten que son verdad; que aquello que han descubierto en la vida es verdad, aunque la cultura no lo valide porque dice que es irracional y está mal. Hay ciertas cosas que son correctas y verdaderas, las cuales reconozco cuando me encuentro con ellas, a través de la experiencia. Toda experiencia es un encuentro entre la consciencia que hay en mí y lo-que-sea-que-está fuera de mí. Siempre es un encuentro. Las grandes verdades, sólo las descubrimos a través de la experiencia, la cual incluye lo que aprendemos de la ciencia y la razón, pero también cómo usamos nuestra intuición e imaginación. No son alternativas en las que una debe triunfar y la otra debe morir; son cosas que tienen que funcionar juntas. Nuestra intuición e imaginación, son fuentes de riqueza, de un sentido de la esencia bella, verdadera y buena, que está ahí para experimentar si sólo sabemos cómo encontrarla. Así que espero que la gente se sienta validada en la búsqueda de esa belleza, esa bondad y esa verdad.